lunes, 25 de junio de 2012

Antonio Alac, el Choconazo y las enseñanzas del clasismo



Como Agustín Tosco, Antonio Alac dedicó su vida a luchar contra el capitalismo, el imperialismo y la burocracia sindical. Su ejemplo entrañable nos invita a continuar la Resistencia.


Acaba de fallecer un compañero. Un gran compañero. Uno de los imprescindibles. Enfermo de cáncer, Antonio Alac (1937-2004) murió como había vivido. Con una dignidad a toda prueba y acompañado de muchísima gente que lo quería. En primer lugar, de su inseparable compañera Marisa y de sus dos hijos, Matías y Carolina. Pero también de muchos compañeros y compañeras de militancia, en el sindicato, en el movimiento piquetero, en su partido (el Partido Comunista) y en otros movimientos sociales y corrientes políticas que mucho lo respetaban.
¿Quién era —quién es— Antonio Alac? Antonio es un símbolo histórico del sindicalismo argentino y latinoamericano. Pertenece a ese conjunto de entrañables compañeros que, desde diversas tendencias y corrientes, se jugaron toda su vida en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo y en defensa de sus hermanos y hermanas de clase. Antonio Alac es uno de los grandes. De la misma estatura que los legendarios Agustín Tosco (del sindicato LUZ Y FUERZA), Gregorio Flores y Carlos Masera (del SITRAC-SITRAM), Leandro Fote (de la FOTIA) o René Salamanca (del SMATA), entre muchísimos otros.
Él era una persona tan humilde —por ejemplo nunca hablaba de “yo”, siempre se refería a sí mismo como “nosotros”— que seguramente hubiera rechazado, con enojo, esta comparación.
Antonio Alac pertenecía a las entrañas de la Patagonia argentina. Aquella del movimiento anarquista y Antonio Soto en la década del ’20; la de la fuga del penal de Rawson y los guerrilleros del PRT-ERP, las FAR y Montoneros masacrados en Trelew en 1972, la de la rebeldía mapuche de ayer, de hoy y de siempre.
En esa Patagonia insumisa y rebelde que tanto amaba, durante 1970 Alac había sido el principal dirigente del “Choconazo”. Una de las protestas sociales más contundentes, masivas y radicales que, desde el sur de Argentina, contribuyó a derrocar la dictadura militar de los generales Ongañía-Levinsgton-Lanusse (1966-1973). Muchas veces, cuando se escribe la historia de esa dictadura, se mencionan las puebladas del Cordobazo, el Rosariazo y el Viborazo. Pero, inexplicablemente, no siempre se hace referencia al Choconazo.
El “Choconazo” es el nombre con que se conoció popularmente la huelga y ocupación obrera de la central hidroeléctrica Chocón-Cerros Colorados, desarrollada entre el 23 de febrero y el 14 de marzo de 1970, en plena dictadura militar (al año siguiente del Cordobazo y un año antes del Viborazo). En el movimiento del Choconazo participaron entre 3.000 y 4.000 obreros de la gran industria, de los cuales la mayoría pertenecían a la compañía constructora del Chocón y los restantes a las empresas constructoras de viviendas, hospitales y la villa permanente en la que vivían los trabajadores.
Durante la huelga de 20 días, declarada ilegal por la dictadura, Antonio Alac fue el principal dirigente que organizó las guardias obreras, encargadas de vigilar el campamento —contaban con palos y piedras, pero también con cartuchos de dinamita y explosivos— y de organizar las barricadas estratégicas que se pusieron para intentar impedir el ingreso de las fuerzas policiales y militares.
Como parte de la dirección obrera, junto con Antonio Alac, estaban los delegados Armando Olivares y Edgardo Torres y el cura obrero Pascual Rodríguez.
La lucha del Chocón logró implementar las dos tareas políticas principales de la clase trabajadora moderna. En primer lugar, la independencia política de clase. La dirección del movimiento, de signo y carácter netamente clasista, no respondía al sindicalismo clásico, correa de transmisión de los partidos burgueses dentro de los trabajadores. En segundo lugar, la lucha por la hegemonía socialista. Conscientes de que no podían triunfar contra la patronal y la dictadura si permanecían aislados, los obreros del Chocón —como sus actuales hijos o nietos de la fábrica recuperada Zanón, ubicada también en el sur argentino— sabían perfectamente que necesitaban el apoyo de toda la población trabajadora. Y lo lograron. Hubo dos caravanas desde la ciudad de Neuquen que llevaron víveres a los obreros alzados. Y en la misma ciudad, a pesar de estar bajo una dictadura que prohibía cualquier manifestación política, hubo un acto de 2.000 personas que manifestaron por las calles en su defensa.
Los obreros también lograron el apoyo de monseñor Jaime de Nevares, desde entonces gran amigo personal de Antonio Alac (años después, Antonio lucía orgulloso la dedicatoria que De Nevares le escribió cuando le regaló un libro suyo), a pesar de que este último era un sacerdote cristiano y aquel un obrero marxista.
Cuando el martes 16 de marzo de 1970 la policía y la gendarmería intentaron que los obreros en huelga entregaran a su delegado Antonio Alac, lo único que recibieron fue una negativa rotunda. Entonces empezaron los disparos de gases y las bombas de humo. Varios obreros fueron heridos. Los obreros contraatacaron con piedras. La policía tuvo que retroceder a la carrera. Las fuerzas de represión hicieron saber que Alac tenía que ser entregado obligatoriamente. Éste se adelantó y les respondió: “Por decisión de mujeres y hombres, hasta que dejen en libertad a nuestros compañeros [referencia a una delegación obrera que había sido apresada], o hasta que nos maten, de aquí no se mueve nadie”
De cualquier manera, aunque aquella lucha histórica fue heroica y legendaria, la resistencia con piedras tenía su límite... Me acuerdo cuando hace unos años —durante la década del ’90— nos encontramos con Antonio y su hija Carolina protestando frente a los tribunales de San Isidro. En esa oportunidad habían metido preso al genocida Jorge Rafael Videla, en unas de las tantas pantomimas que los gobiernos burgueses hacen en “democracia” con los dinosaurios del pasado para mantener ocupada la atención del pueblo, mientras siguen implementando a rajatabla sus mismas políticas económicas neoliberales. Pues bien, cuando llega Videla en un carro policial, la policía comienza a reprimir a los manifestantes que lo insultaban y arrojaban piedras contra los uniformados. Hubo choques y escaramuzas. El pueblo tuvo que salir corriendo en desbandada. Nunca me olvido del balance final de Antonio Alac sobre aquella jornada de protestas y escaramuzas contra Videla. A un grupo de jóvenes que lo rodeaba, el dirigente histórico del Chocón les dijo: “Todo esto es solamente simbólico. Para enfrentar a esta gente [Antonio se refería a las fuerzas de represión] no alcanza con palos o piedras. Eso es puramente simbólico...”. Nunca me pude olvidar de ese análisis de Antonio. No era el fruto de un jovencito exaltado en busca de aventuras. Era el balance de un militante maduro, experimentado, que llevaba en su cuerpo la experiencia histórica de toda una clase social.
Aunque la lucha clasista del Chocón tuvo el apoyo unánime de la clase trabajadora y de otros sectores sociales, no logró todos sus objetivos. Triunfó porque logró arrinconar aún más a la dictadura, que ya había recibido durante el Cordobazo un primer puñetazo en la mandíbula. Además, instaló un ejemplo en la historia para el conjunto de la clase trabajadora. Pero la empresa hidroeléctrica fue retomada por las fuerzas de represión. La dictadura tuvo que acudir a 800 hombres armados hasta los dientes para poder recuperar la central ocupada por los albañiles. Los dirigentes —Antonio a la cabeza— fueron apresados, esposados y enviados en un avión militar a Buenos Aires, la capital, y soltados ante la presión popular. Según el testimonio de uno de los compañeros de Antonio, cuando se lo llevaban esposado el jefe de la gendarmería le dijo a Alac: “Te saliste con la tuya. Te tuvimos que sacar esposado”. A pesar de todo, Antonio no había bajado las banderas ni había huido. Lo tuvieron que apresar por la fuerza. La “derrota” de los obreros, fue una contundente victoria moral.
En el medio, la burocracia sindical peronista boicoteó la lucha del Chocón. Los dirigentes de la U.O.C.R.A. (Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina), encabezados por Rogelio Papagno y Rogelio Coria, primero intervinieron la seccional de Neuquén y luego expulsaron a los delegados clasistas del sindicato... Una historia repetida...
Antonio Alac, cuya práctica y militancia sindical estuvieron siempre guiadas por principios de clase, era un enemigo del capitalismo y un acérrimo opositor a lo más podrido y mugriento de la burocracia sindical.
¿Por qué Antonio odiaba tanto a la burocracia sindical?
Porque esa burocracia, principalmente de factura peronista, no sólo boicoteó la lucha del Chocón. Además, en Argentina, fue cómplice de todas las dictaduras militares. Apoyó con entusiasmo las privatizaciones neoliberales. Alentó la flexibilidad laboral y la precariedad del empleo, transformando los sindicatos en entidades empresarias socias directas del gran capital. Principal muro de contención contra la protesta popular durante el gobierno de Carlos Menem, esta burocracia sindical jugó un papel fundamental a la hora de frenar las luchas, moderar los conflictos, institucionalizar los reclamos para que terminen en vía muerta y reprimir violentamente a las direcciones clasistas. No es casual que esa burocracia brilló por su ausencia en las jornadas rebeldes del 19 y 20 de diciembre del 2001.
En los tiempos tenebrosos de 1976, los burócratas sindicales no dudaron un minuto en delatar ante las patronales burguesas a los auténticos militantes de base. Está probado —incluso ante los propios tribunales de la “justicia” burguesa— que los principales dirigentes sindicales de la burocracia fueron cómplices de la patronal en la desaparición de comisiones internas y cuerpos de delegados, secuestrados por la dictadura del general Videla y sus secuaces. Por ejemplo, el dirigente peronista de los mecánicos José Rodríguez, fue un cómplice abierto de la empresa Volksvagen. También Jorge Triaca, dirigente peronista del plástico y Ramón Baldasini, dirigente del Correo, declararon públicamente en los juicios a los comandantes militares de la dictadura que ellos “no se acordaban”... o directamente “no sabían”... que sus compañeros habían sido desaparecidos...
Sí, Antonio Alac los despreciaba desde las entrañas. Él tenía a su hermana Diana —quien había militado en la organización Montoneros— desaparecida. Sabía perfectamente que la burocracia sindical estaba más atenta a custodiar sus privilegios que a defender a los trabajadores.
Por ejemplo, según el testimonio de uno de los arquitectos que remodeló el edificio central del sindicato de la U.O.C.R.A., su principal dirigente Gerardo Martínez —una de las cabezas actuales del sindicalismo peronista— se habría construido un baño privado con mármoles que mandó a traer a la Argentina desde Italia, al mejor estilo de un hotel de cinco estrellas, mientras un albañil se muere de hambre trabajando por migajas en las grandes obras...
Antonio Alac pertenecía a otro tipo de sindicalismo. Un sindicalismo de clase, con dirigentes que caminan a pie, sin automóvil ni chofer. Dirigentes que se conciben a sí mismos como militantes, no como la voz del empresariado dentro del mundo laboral. Dirigentes que visten humildemente, sin grandes trajes, sin secretarias, sin relojes de oro, sin viajes lujosos, sin yates ni veleros, sin baños con mármoles de lujo...
Quienes hayan conocido a Antonio saben perfectamente que él viajaba en colectivo, contando las monedas para comprar el pasaje. Vestía como cualquier otro integrante del pueblo. Era una persona sumamente sencilla, humilde y transparente. Aunque provenía del interior de la Argentina —su corazón siempre tenía una sonrisa abierta para el sur—, había mamado de sus amigos de Buenos Aires cierta ironía típicamente porteña.
Antonio Alac, como muchos de sus compañeros, sigue esperando que sus luchas no queden en el olvido, para que puedan servir de enseñanza a los nuevos militantes sindicales, a las fábricas recuperadas, al movimiento piquetero, a los estudiantes movilizados y a todos los que continúan con sus ideales anticapitalistas y antimperialistas. Una investigación rigurosa y a fondo sobre el Choconazo todavía está pendiente.
Querido compañero Antonio: ¡Hasta la victoria siempre!
La entrevista —inédita— que a continuación reproducimos fue realizada el 21 de diciembre de 1995 sobre la experiencia del Choconazo y las tareas del clasismo.
Néstor Kohan: ¿Dónde trabajabas antes de ingresar como obrero al Chocón?
Antonio Alac: Yo venía de trabajar en el sur en lugares muy difíciles, con altísima explotación. Por ejemplo en el petróleo. Tanto es así que con la última empresa que trabajé estuve seis meses sin poder salir del campamento. Estábamos las 24 horas del día a disposición de la empresa. Entonces, a los seis meses, cansado de estar metido ahí, con tanto trabajo y sin ningún tipo de distracción o descanso —a pesar de que yo leía mucho, a mí siempre me gustó leer— decidí irme para Bahía Blanca [en el sur de la provincia de Buenos Aires]. Estuve trabajando también ahí y luego nos fuimos con mi cuñado a Neuquén, donde estuve trabajando en luz, agua y haciendo instalaciones eléctricas. Ahí empecé a escuchar —algo ya había escuchado en Comodoro Rivadavia y Cañadón Seco, donde yo había trabajado— que se estaba construyendo una gran obra que llamaban “la obra del siglo”. Si vos mirabas en la TV los trabajadores vivían allí muy bien. Aparecían sentados en sillones en lugares muy lindos con sus vasos de whisky en la mano... Entonces cuando llegué a Neuquén la obra ya había empezado. Al poco tiempo me anoté y empecé a trabajar. Yo manejaba los grandes camiones que llevan 45 toneladas. Desde ese momento, hasta que terminó la huelga pasaron nada más que seis meses.
N.K.: ¿Cómo se trabajaba en el Chocón?
Antonio Alac: Las condiciones de trabajo eran pésimas y las de vivienda peor. En ese momento no nos pagaban el 40% del plus salarial por zona alejada, por zona inhóspita. Vos tenías la obligación de trabajar 12 horas por día. La gente vivía en galpones que se estaban construyendo para vivienda. Y había galpones ya construidos donde vivían 80 ó 100 personas. Una cama al lado de la otra, sin tener donde lavarse o bañarse. Los baños estaban haciéndose... No te olvides que nosotros trabajábamos con temperaturas de hasta 15 ó 20 grados bajo cero. No podías tomar vino. Las mujeres no podían venir a visitarte. ¡Una cantidad de prohibiciones que parecían de un campo de concentración! Yo siempre fui comunista. Me empecé a contactar con algunos compañeros que se estaban moviendo...
N.K.: ¿Vos tenías experiencia sindical previa?
Antonio Alac: Sí, yo participé en un montón de lugares. Yo participé en la huelga metalúrgica de 1954 en Bahía Blanca. Tenía entonces 17 años. Ahí me corté un dedo. Después de 45 días de huelga nos echaron... mi familia ya no quería saber nada conmigo. ¡Te imaginás! ¡Alimentar un chico 45 días! Yo no cobraba... Entonces, después de esa huelga metalúrgica, me fui a Villa Regina y allí empecé a trabajar en los camiones, luego en los galpones, donde trabajé mucho tiempo... como nosotros somos formadores de ese sindicato... [referencia al sindicato de la fruta]. Allí estuvimos en la gran huelga de 1957, donde tuvo que intervenir el Ejército sobre el sindicato de la fruta para exigir a los trabajadores que levanten la cosecha. Esa huelga nosotros la hicimos con mi padre, cargábamos y descargábamos cajones en la estación. Esas son algunas de mis experiencias previas. Después tuve otra experiencia en 1959 trabajando en el petróleo. Revelaba películas. Hacía todo lo que tenía que ver con los trabajos de perfilaje e investigación de pozo de petróleo con aparatos especiales que se bajan a través de guinches, que tienen los camiones, de una extensión de 3.000 ó 4.000 metros. Aprendí todos esos trabajos junto con los ingenieros. A los cinco meses de haber empezado a trabajar allí, la empresa decide quitar de los salarios el plus por zona inhóspita que era como el 40% de los salarios. En esa empresa había meses que nosotros trabajábamos ¡hasta 350 horas extras!. Cada pozo tardaba 80 horas en terminar y lo terminabas o lo terminabas... Las horas normales eran 150 por mes. ¡O sea que trabajábamos 70 u 80 horas corridas, sin parar!. Entonces ahí hicimos una huelga. Tomamos un abogado, un tal Sarmiento, que nos traicionó y nos vendió... la justicia de Trelew, en la provincia de Chubut, se puso a favor de la empresa... aplicaban las leyes... Entonces nos despidieron a todos, a algunos nos metieron presos, no mucho tiempo, pero nos metieron. Por eso cuando nos dicen “Bajó el salario”. Pero si eso fue una constante en nuestra historia...
N.K.: ¿Cuándo entraste a trabajar en el Chocón tenías conocidos, antes de ser delegado?
Antonio Alac: No, cuando entré no conocí a nadie. Me hice amigo de Armando Olivares y del cura Pascual Rodríguez. Ellos dos eran los cuadros... digamos, los dos compañeros con los que nos vinculamos en seguida. Ellos ya venían trabajando, ya había habido algunos hechos de paro [huelga] en 1967, donde algunos compañeros nuestros [Alac se refiere a los obreros Mansilla, Inglés y Varela] habían dirigido la huelga por condiciones de vida, de vivienda y de trabajo. Esos compañeros fueron despedidos. Así que cuando yo llegué ya había una pequeña historia. Lo que sucede es que los que iniciamos la segunda historia éramos compañeros que no conocíamos nada. Nos empezamos a contactar. Ya estaba el cura Pascual Rodríguez que era un hombre que había hecho mucha vinculación con los compañeros. Conversaba permanentemente, como trabajador y cura, era muy querido y respetado. Entonces empezamos a hacer nosotros nuestras propias reuniones. El tema central era cómo impulsar un nivel de asambleas que nos permitiera a nosotros elegir una comisión interna. Lo que la empresa no quería era que se eligieran delegados. El sindicato de la U.O.C.R.A. era dirigido por un tal Adolfo Schvindt. Era un sindicato patronal y burocrático, administrativo. Los primeros intentos para elegir delegados no resultaron. Convocamos entonces a una asamblea, luego a otra asamblea, levantamos un petitorio de más de 40 puntos. Entre ellos estaba el derecho a ver mujeres, a tomar vino, a mejores viviendas, el tema de la zona inhóspita, la seguridad en el trabajo. Este último era de lo más serio, porque allí hubo 39 muertos...
N.K.: ¿Cuanta gente llegó a trabajar en total en El Chocón?
Antonio Alac: En total llegaron a trabajar más de 5.000 personas. Porque estaba la empresa central y luego una cantidad de empresas subsidiarias que hacían distintos tipos de trabajo para la construcción.
N.K.: ¿Cuántos eran los trabajadores que participaron durante la huelga?
Antonio Alac: Yo creo que cerca de 4.000, a los que habría que sumar a sus familias. Había en total entre 7.000 y 8.000 personas. Entonces hicimos las primeras reuniones y la gente respondió. Había un núcleo grande de personas que participaba y de a poco se fueron sumando más y más. El elemento fundamental era el problema de las reivindicaciones y la elección de la comisión interna. Hasta que convocamos una asamblea y elegimos a los delegados. Entonces, cuando discutimos entre nosotros quién iba a ser el delegado, nosotros pensábamos que por sus vínculos con la gente tendría que haber sido Pascual Rodríguez, el cura. Además porque lo veíamos como alguien que iba a contactar con los sentimientos e ideas de la gente y la gente se le iba a acercar en la tarea que él desarrollara. Él dijo que no, que no estaba de acuerdo, que era un hombre con una cantidad de responsabilidades y no estaba de acuerdo en tomar una responsabilidad de ese tipo. Después le ofrecimos a Olivares, pero Olivares respondió que él no se sentía en condiciones para tomar la responsabilidad. Y por último se determinó que el delegado tenía que ser yo. Ya formando la comisión interna, hicimos una asamblea. Teníamos tres delegados y nos faltaba uno más para la comisión interna. En esa asamblea lo elegimos a Edgardo Torres, que fue un compañero peronista como el cura Pascual Rodríguez. Olivares era comunista y yo también. Con la participación de mucha gente levantamos un acta en la asamblea y la presentamos ante la patronal. Pero la patronal no nos reconoció. El sindicato no nos reconoció y el Ministerio de Trabajo no nos reconoció. Independientemente del no reconocimiento nosotros empezamos a actuar. Entonces, como no había posibilidad de ir al arreglo, decidimos ir a la huelga. La empresa nos convoca a los dirigentes.
N.K.: ¿La empresa era multinacional?
Antonio Alac: No, la empresa era privada y de capital nacional. Una de los primeros grandes trabajos que realizó fue en Tucumán. Hizo allí un dique. La empresa privada nacional se asocia con una empresa multinacional y juntas hacen la obra de El Chocón. Tengo entendido que la empresa multinacional venía del África donde había tenido alto grado de pérdidas de vidas humanas por las condiciones de trabajo. Nos contaban en la empresa que muchos trabajadores de África no se querían poner los botines.. El nivel de exigencia de los capataces italianos era muy alto y muy agresivo. Nosotros hemos visto, por ejemplo, cómo un camioncito de hormigonear aplastó a un trabajador y chocó. Entonces venía el capataz a fijarse si el choque era muy grande en el camión... mientras el trabajador estaba muriéndose en el suelo... Todas estas situaciones fueron acumulando nuestra decisión...
N.K.: ¿Cómo evaluaba la empresa el movimiento?
Antonio Alac: El otro día un amigo que estuvo en la huelga del Chocón, pero desde adentro, porque él era administrativo, encargado de personal, me decía que la empresa, el gobierno provincial y el gobierno nacional —la dictadura— tenían una gran preocupación por nosotros. La empresa entendía que de esta manera nosotros pasábamos a dirigir el gremio de la construcción en toda la provincia. Era un gremio muy importante. No hay que olvidarse que en ese momento casi el 40% del presupuesto nacional destinado a obras públicas estaba destinado a Neuquén y Río Negro. Eran millones y millones de dólares.
N.K.: ¿Qué sucedió cuando se entrevistan con la empresa?
Antonio Alac: Entonces, cuando no se reconoció la comisión interna, nosotros fuimos a la asamblea general y allí se decidió exigir el pliego de reivindicaciones y el reconocimiento de los delegados. Entonces la empresa nos convocó. Una convocatoria de intimidación. Entramos los tres delegados. Cuando entramos al despacho del gerente general, que era un italiano, le dijimos que la empresa nos tenía que reconocer. La empresa nos contesta que no, que no lo podían hacer porque el Ministerio de Trabajo y el propio sindicato se negaba a reconocernos.
N.K.: ¿Quién dirigía el sindicato central de la construcción?
Antonio Alac: Las dos figuras centrales eran Rogelio Coria y Rogelio Papagno, dos burócratas.
N.K.: ¿Con quién estaban alineados? ¿Con la CGT [Confederación General del Trabajo]?
Antonio Alac: Estaban alineados con la CGT, con el Ministerio de Trabajo y con la patronal. ¡Íntimamente con la patronal!. Coria fue uno de los burócratas más corrompidos, de mayor jerarquía y que acumuló mayor fortuna... No sé la fortuna que tendrá hoy [1995] Gerardo Martínez..., pero Coria tenía una fortuna... ¡En Paraguay, por ejemplo, tenía un campo y un criadero de toros de raza! ¡Ésa era la fortuna de Coria! Coria era un señor... un señorito... era un tránsfuga, un corrupto en todos los niveles. Después los Montoneros lo matan.
N.K.: ¿Qué sucedió entonces cuando la empresa se niega a reconocerlos?
Antonio Alac: La patronal nos dice que nos teníamos que ir de la empresa. Entonces los patrones, concretamente el gerente (creo que se llamaba Osatti), llaman a la policía —que estaba ahí cerca, afuera de la reunión— y les dice: “Acompáñenlos fuera del radio de la empresa”. Entonces ahí se produce un tira y afloje. Nosotros contestamos: “Tenemos que llevarnos nuestras cosas. Permítannos ir a buscar nuestras cosas, nuestra ropa...”. Para todo esto, ya todos los trabajadores estaban comunicados. Porque el sólo hecho de que la empresa te convoque... ya todos estaban enterados y había un proceso de movilización. Entonces se decide que sí, que volvamos a la empresa acompañados por la policía —que portaba ametralladoras— y entonces en la medida en que vamos caminando, se empezó a juntar la gente. Entonces la policía nos dice que saquemos nuestras cosas, nuestra ropa. Ahí yo aprovecho y abro la ventana de atrás del pabellón y empiezan a parecer los compañeros. Me preguntan: “¿Qué hacemos?”. Yo les contesto: “Hay que movilizar a todo el mundo. Que todo el mundo venga hacia acá...”. Y entonces ahí nos quedamos de prepo [por la fuerza]. Había policías que, aunque tenían la ametralladora en la mano, temblaban como una hoja... ¿te das cuenta? Es que estaban rodeados por cientos de obreros alrededor... Les tuvimos que decir: “¡Tranquilizate! Si vos tirás un solo tiro acá, no salís vivo...”. Ese policía, si tiraba no era de valiente... ¡Esta re-cagado de miedo alrededor de la situación que se vivía!. Bueno, de ahí decidimos afirmar la huelga. Llamamos a la huelga general. A las pocas horas vienen los cuerpos de policía con un oficial al mando. El que estaba al mando exige que se entregue el delegado. Estábamos en una loma, en un alto. Habíamos hecho una barricada. Ellos, la policía, estaban abajo.
N.K.: ¿Con qué hacían las barricadas?
Antonio Alac: La barricada las hacíamos con cajones de dinamita, con palos, con todo lo que encontramos a mano que pudiera servir como obstáculo... porque tenían una sola subida. Así que cuando quisimos acordar vemos que avanza un escuadrón grande de milicos que llega hasta la barricada y exigen que se entreguen los delegados. Pide hablar con el delegado. Yo me presenté. El tipo dice: “Señor Alac: usted tiene que acompañarnos”. Entonces, como había casi mil obreros allí, yo pregunto: “Compañeros: ¿qué deciden? ¿Lo acompaño al policía?”. Ellos dicen: “Noooo...”. Entonces el tipo vuelve a decir: “Señor Alac: la cosa está muy seria, hay mucha decisión, hay órdenes”. Entonces volvemos a preguntar y nos vuelven a responder: “Noooo...”. Luego el policía vuelve a insistir: “Señor Alac: por tercera vez le digo que usted se tiene que entregar y nos tiene que acompañar. No queremos vernos obligados a reprimirlos”. Entonces yo les digo a los trabajadores: “Compañeros: ¿nos entregamos?”. Responden de nuevo: “Noooo...”. Entonces los tipos de se ponen en posición de ataque y abren fuego con gases lacrimógenos contra la gente. Tuvimos 14 heridos. Los viejos cartuchos de gas lacrimógeno eran de aluminio. Se abrían en dos con aristas, donde te rozaba la carne se hundía en el cuerpo. Ahí nos juntamos y les empezamos a tirar piedras. ¡Era tal la lluvia de piedras que les tiramos que tuvieron que disparar todos!. ¡Todos! Algunos caían, a otros les pegábamos en el cuerpo. No quedó ninguno que no quedara machucado. La velocidad que desarrollaban era la velocidad de las piedras que les tiraba todo el mundo. Fue una derrota catastrófica para ellos.
N.K.: ¿Cómo organizaban la seguridad de la huelga?
Antonio Alac: Nosotros teníamos piquetes y guardias obreras que recorrían todo permanentemente. El perímetro tenía unos 700 u 800 metros. Estábamos cercados. Había patrullas de la policía, de la brigada de choque contra las manifestaciones, etc. Teníamos que cuidar cada parte del perímetro. Las guardias nuestras tenían rifle, revólveres, pistolas, bombas molotov, etc. Una de las cosas más serias que nosotros manejábamos era la cuestión de los explosivos. Había gente con mucha experiencia. Porque esa obra también se caracterizó por contar con trabajadores de distintas nacionalidades. Había brigadas de trabajadores chilenos, contratados en carpintería, que habían sido contratados poco antes de la huelga. La gente de Chile venía ya organizada con delegados. Eran como 200. Cuando llegaron, nosotros los entrevistamos. Nosotros no les pedíamos que actuaran pero les pedíamos que no trabajaran. Así lo hicieron. Después teníamos gente muy interesante, muy definida alrededor de las luchas, de origen uruguayo. También participaron trabajadores bolivianos y paraguayos. Los hermanos bolivianos era gente que tenía una gran experiencia en el tema explosivos, por ejemplo en la mina Siglo XX. Eran quienes estaban responsabilizados en este tema en algunos preparativos.
N.K.: Ellos tenían experiencia en formas de autodefensa...
Antonio Alac: ¡Por supuesto! Ellos manejaban la dinamita... habían peleado contra el Ejército en Bolivia. Sus huelgas son famosas por el grado de resistencia que han tenido.
N.K.: ¿Cuánta gente participaba de estas guardias obreras?
Antonio Alac: Nosotros calculábamos que por cada turno nunca bajaban de 100 trabajadores. Dependía de las horas. De noche eran grupos más chicos y mas distribuidos. De día había más gente en movimiento. Te imaginás... había más de 500 tipos caminando por allí, se caminaba, se recorría... Nadie se quedaba quieto.
N.K.: ¿Cuántos formaban parte del comité de huelga?
Antonio Alac: Aproximadamente 25 personas. A su vez ese comité de huelga tenía responsabilidades sobre tantas otras personas. No había problemas para cubrir las guardias. Al principio de la huelga habíamos tomado el polvorín. Era una cueva grande donde estaban todos los explosivos. Lo tomamos y obtuvimos lo necesario. Después, como estaba muy lejos, decidimos dejarlo, porque se podría haber producido una voladura o algo por el estilo, entonces lo dejamos.
N.K.: ¿En qué momento entra en escena la gendarmería?
Antonio Alac: Más tarde. El comandante de gendarmería decía las cosas tal cual como las pensaba. Lo dijo y salió en todos los medios de comunicación a nivel nacional. Reconoció que “los obreros del Chocón vivían en forma infrahumana”.
N.K.: ¿Qué cuerpo policial participó en esa represión?
Antonio Alac: Era la policía de la provincia de Río Negro, policía de la provincia de Neuquén y la policía federal. La Brigada de Güemes, que era la brigada especial de choque contra las manifestaciones populares de los años ’70, envió a la represión más de 200 efectivos. La Gendarmería entra después en operaciones. La brigada especial de represión actuó muy fuerte allá, en el sur. Nos agarraba gente, los golpeaba, los torturaba, los quemaba con cigarrillos y después los dejaban. Hacían simulacros de secuestros... Nosotros luego hacíamos la denuncia... Hay un caso, por ejemplo, de que a un obrero de origen boliviano lo colgaron de un puente de cabeza abajo y con las manos atadas. Pero todo eso ellos lo hacían afuera, no dentro del espacio donde nosotros estábamos.
N.K.: Donde estaban ustedes, ¿ellos no entraban?
Antonio Alac: No, no entraban. Solamente, una sola vez, se nos metió un colectivo completo de policía federal.
N.K.: ¿Y ustedes que hicieron?
Antonio Alac: Primero que nada, no los dejamos bajar. Y segundo, les metimos cajones de dinamita y explosivos químicos debajo del colectivo. Podríamos haberles dicho que salgan, pero no. Los obligamos a quedarse toda la noche allí. Y no les permitimos bajar para ir a orinar ni a defecar ni a nada... ¡Nada! Estuvieron toda la noche y a la mañana dieron marcha atrás y se fueron... Así estaba planteada la cosa.
N.K.: ¿Qué pasó después con la comisión de delegados?
Antonio Alac: Bueno, ellos terminan por reconocernos como delegados. Y entonces nosotros empezamos a aplicar las reivindicaciones... insistíamos con el problema de la comida, la vivienda, empezamos ver el cumplimiento de las boletas de pago, hacíamos asamblea permanentes, exigimos que nos dieran una casa para el sindicato. Lo otro que era muy fuerte era el problema de la seguridad.
N.K.: ¿Cada cuanto hacían las asambleas?
Antonio Alac: Durante las primeras etapas todos los días, estábamos casi en asamblea permanente. Levantábamos actas, armábamos comisiones para distintos tipos de actividades. Los tiempos de dirección de la comisión interna no fueron más de dos meses.
N.K.: ¿Qué grado de solidaridad tuvo la huelga?
Antonio Alac: Tuvo un alto grado de solidaridad en todos los aspectos. En el plano político, de parte de la izquierda y todos los movimientos de lucha, vinculados a la Intersindical [referencia a la Comisión Coordinadora Intersindical] de todos los gremios obreros que estaban dirigidos por el acuerdo intergremial encabezado por Agustín Tosco. Además había una alta simpatía en la resistencia contra la dictadura militar. Debido a la participación de Monseñor de Nevares, hubo miles de cristianos que simpatizaban con nosotros. Dentro del Chocón, los trabajadores cristianos eran la inmensa mayoría. Y desde afuera, los que trajeron muchísima solidaridad. Había también mucha simpatía desde el ángulo de los gremios y sindicatos como Luz y Fuerza y los Ferroviarios, que estuvieron muy pegados a la solidaridad.
N.K.: ¿Cómo expresaban esa solidaridad?
Antonio Alac: Con comida, principalmente, alimentos, y también con declaraciones políticas, encuentros, actos y debates donde explicaban nuestra situación, etc.
N.K.: ¿Y los estudiantes?
Antonio Alac: Los estudiantes también jugaron un gran papel. Estuvieron muy pegados a la solidaridad. Fundamentalmente los estudiantes de la facultad del petróleo, cerca de Cutral-Có, donde salían técnicos petroleros. La solidaridad tuvo altísimo nivel, en lo regional, en lo nacional y en lo internacional. No hay que olvidarse que era una huelga frente a una dictadura militar que tenía terminantemente prohibido la actividad de las organizaciones políticas, principalmente de izquierda. Una dictadura que había sacado una ley N° 14.401, la ley anticomunista. Era anticomunista pero era contra toda la izquierda. En ese clima se hace la huelga que le crea muchos problemas a la dictadura. Por eso su objetivo central pasa a ser nuestra derrota. Éramos un grupo de obreros, a 80 kilómetros de la ciudad más cercana, pero que le traíamos muchos problemas a la dictadura.
N.K.: ¿Esa distancia de la ciudad les trajo a ustedes dificultades?
Antonio Alac: Por supuesto, porque cualquier esfuerzo de la militancia se complicaba. A pesar de eso, hubo caravanas de cientos de vehículos que iban a llevar la solidaridad y la presencia. Eso está en los diarios de aquella época. Afuera del radio de la empresa, en la puerta, se hicieron actos de protesta y solidaridad. Así los movimientos sociales y la izquierda presionaban sobre las organizaciones políticas. En ese tiempo Zapag asumía como gobernador de la dictadura militar de Ongañía en un acuerdo político. También hubo un alto grado de solidaridad de los profesionales. Era un momento muy especial. La gente tenía necesidad de expresarse y luchar contra ese gobierno dictatorial. Eso estaba instalado a nivel nacional en la cabeza de todas las organizaciones sociales y políticas, con excepción, por supuesto, de la derecha y la burocracia sindical.
N.K.: ¿La CGT hizo algún paro nacional en solidaridad con la lucha de ustedes?
Antonio Alac: No, ¡no hizo absolutamente nada!. Los que se movilizaron con apoyo y con la solidaridad de sus opiniones fueron las organizaciones nucleadas en la Intersindical —con Agustín Tosco a la cabeza—, la CGT de los Argentinos [opositora], con delegaciones de apoyo. El MUCS, que fue una de las organizaciones donde nosotros, los comunistas, actuamos en algunos sectores del movimiento obrero. Nosotros integrábamos la Intersindical donde Agustín Tosco era el jefe político.
N.K.: ¿Vos, en el medio de la huelga, fuiste a Córdoba?
Antonio Alac: Claro. Para nosotros eso fue uno de los momentos de definiciones políticas más alto. Nosotros llegamos a la conclusión de que la política es uno de los elementos centrales del movimiento obrero. No hay política de reivindicación por la reivindicación misma... eso es, en último término, un elemento retardatario en la conciencia porque impide ver el tema del poder para la clase obrera en función de crear una sociedad mejor, ¿te das cuenta?. Cuando la gente de Tosco, la Intersindical, el MUCS y otras organizaciones hacen la convocatoria desde Córdoba a todas las comisiones internas y a todos los luchadores que habían protagonizado tomas de complejos industriales —como el de Ledesma y otros— nosotros participamos. Ir a Córdoba fue una decisión decidida en asamblea. La idea era fortalecer a los sectores que manifestaban un sindicalismo real... Nosotros, los trabajadores del Chocón, habíamos vivido todo el proceso, que fue muy fuerte, de tener que defender a los delegados elegidos frente a la burocracia y frente a la patronal.
N.K.: ¿En Córdoba intercambiaron experiencias con los compañeros que habían protagonizado el Cordobazo?
Antonio Alac: No pudimos porque la dictadura prohibió la realización del acto. Los milicos cercaron el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba.
N.K.: ¿El Cordobazo de mayo de 1969 tuvo influencia en el Choconazo de febrero-marzo de 1970?
Antonio Alac: Mirá, para los que teníamos definiciones gremiales y políticas todo eso significó un ejemplo de resistencia. Ahora bien, desde el ángulo de la mayoría de los obreros del Chocón, yo creo que todos tenían un amplio respeto y simpatía por todo aquello que significaba una lucha contra la dictadura. Ahora, no sé si en la mayoría de los trabajadores del Chocón se tenía conocimiento real del significado de esa lucha de Córdoba y de su nivel de definiciones. No lo sé. De parte nuestra, sí. Por eso, sin ningún tipo de dudas, optamos por el camino de la confluencia con los sectores más combativos del movimiento obrero. Después del Cordobazo hubo meses de “quietud” y entonces sale el Choconazo con una fuerza... que pasa a ser uno de los elementos de interés de toda la militancia y toda la resistencia contra la dictadura.
N.K.: ¿Qué pasó después que ustedes volvieron de Córdoba?
Antonio Alac: El Ministerio de Trabajo de la dictadura y la burocracia sindical formaron, juntos, una comisión paralela. El mismo Coria, uno de los burócratas principales del sindicato... La envergadura del conflicto lo obligó a intervenir dos o tres veces. La táctica política general de ellos fue desgastar la lucha e ir apareciendo, de vez en cuando, en algún mecanismo de negociación en función de demostrar al país que la U.O.C.R.A. estaba presente... En general ellos apostaban a políticas retardatarias para prolongar el conflicto, no dar soluciones, y dejar que la cosa se vaya desgastando. ¡Y naturalmente se desgasta! Primero porque se vuelve imposible mantener una huelga a 80 kilómetros de la ciudad, a pesar de la solidaridad. Segundo, por las presiones alrededor de la necesidad de dar respuestas frente a las necesidades de las familias. La mayoría tenía sus familias afuera, por ejemplo en el norte de la Argentina. Había una necesidad salarial, una necesidad de dinero para la familia, para las enfermedades, etc. Llegó un momento en que el desgaste era muy grande. Pero a pesar de eso, existió mucha dignidad. Sí, mucha dignidad. Porque la gente no volvió al trabajo, días antes de que termine la huelga, mucha gente se empezó a ir. Cuando terminó la huelga, ¡no aceptaron volver a trabajar! ¡Mucha dignidad! Eso corrobora el alto grado de justeza, de dignidad y de la decisión de mantener los valores por los que habían luchado.
N.K.: ¿Cómo fue el final del conflicto?
Antonio Alac: Todos los cuerpos de represión tenían un cerco del perímetro. Entonces, una mañana temprano empezaron a ingresar muy despacio. Nosotros habíamos manifestado que teníamos minada toda la región, toda la zona.
N.K.: ¿Era verdad?
Antonio Alac: No, no estaba minada, pero nosotros les dijimos eso. Si minábamos, no podíamos ganar el conflicto. Nosotros apostábamos a la participación del campo popular. Además nuestro fuerte era la resistencia y la participación desde adentro todo el tiempo que se pudiera. Cuando se termina la huelga, nosotros tuvimos que hacer “desaparecer” pilas de armas que teníamos, rifles, pistolas... Entonces ellos empezaron a meterse y revisaban centímetro por centímetro para ver si había explosivos instalados. Nosotros estuvimos como cinco horas mirando, porque una de las cuestiones que ellos se jugaban, psicológicamente, era apostar a la huida de los delegados. Querían que nosotros huyéramos. ¡Nosotros decidimos que no! ¡Nosotros decidimos que nos quedábamos! Así que después de horas y horas de revisar centímetro a centímetro, cuando llegaron abajo se dieron cuenta que nosotros los estábamos esperando, apoyados en las paredes, mirando lo que ellos hacían [risas de Antonio]. Ahí es donde me sacaron esa foto donde agentes de la policía federal, inmensos, medían como 2,10 metros de altura, me agarran para llevarme detenido.
N.K.: ¿A cuántos se llevaron detenidos?
Antonio Alac: A seis o a siete. Estaban Olivares, Torres. Pascual, el cura, no estaba. Agarraron a un grupo de compañeritos jóvenes que estaban con piedras. Entre ellos tomaron a un viejito, muy activo, muy bueno, realmente muy bueno, tengo los mejores y más lindos recuerdos de este viejito. Estaba un poco asustado, le había agarrado dolores al corazón y todas esas cosas por la presión terrible del momento. Nos llevaron esposados, con las esposas atadas abajo a los asientos, teníamos que ir agachados todo el viaje, y nos depositaron en Coordinación Federal [Departamento de represión de la Policía Federal Argentina en Buenos Aires, la capital del país]. Era tal la presión popular que se manifestaba en las provincias y en todo el país, que nos tuvieron que llevar de nuevo a Neuquén donde nos soltaron. Quiero decir que también tuvo un altísimo significado la participación de [monseñor] De Nevares... Porque mientras que todo el mundo, de una forma u otra, y esencialmente los trabajadores cuestionan a la Iglesia como institución y sobre todo a los curas... es así... por lo menos los trabajadores que están en el trabajo de alta exigencia física... pero la participación de De Nevares tuvo un alto impacto frente a miles de personas.
N.K.: ¿Cuál fue su actitud?
Antonio Alac: Bueno, fue un hombre que al principio creyó que podía negociar y que podía lograr algo... entrevistando a Ongañía... tuvieron un encuentro en Villa La Angostura. Él creía que podía lograr algunos éxitos. Pascual Rodríguez, que era el cura obrero, le dijo a de Nevares que no vaya, que no hacía falta, porque no iba a conseguir nada. Pero él, con esa concepción humana que tenía, fue. Y efectivamente, no logró nada, porque era imposible con las definiciones de clase, tan reaccionarias, como las que tenía Ongañía. Así que De Nevares volvió. Nosotros seguimos en la lucha y él siguió acompañando. Para todos nosotros resultó un alto nivel de impacto. Porque él era el obispo comprometido... era el cristiano... era el cura comprometido de hecho... ¿te das cuenta?... y sin dudar a favor de las reivindicaciones del movimiento obrero. Para un cristiano eso tenía un alto significado. Lo que él hacía daba más seguridad. Entonces los delegados tenían el máximo grado de reconocimiento.
N.K.: A partir de tu experiencia en el Chocón, ¿qué significaría para vos ser clasista? ¿En qué consistiría el clasismo para un militante y un dirigente sindical?
Antonio Alac: Yo creo que el Chocón muestra eso. Primero, un dirigente enrolado, política e ideológicamente, en la lucha de clases como elemento central. Y en segundo lugar, la lucha contra la burocracia sindical, contra el sindicalismo corrupto, es una lucha de altas definiciones. No puede haber actitudes intermedias. Puede haber quizás tácticas intermedias para derrotar a la burocracia sindical. ¡No hay que olvidarse que en esa época la burocracia sindical daba las listas negras de persecución a las empresas para que no dieran trabajo!.
N.K.: ¿Vos estabas en alguna de estas listas negras?
Antonio Alac: ¡Sí! Este amigo que trabajaba como administrativo en la empresa me contaba el otro día que para la empresa los trabajadores se nombraban como un número... era el número fulano de tal...Yo era el número 957. Este amigo me decía que él tiene una fotocopia de la empresa donde mi nombre está tachado con tinta negra.
N.K.: ¿Qué otras características tiene para vos el clasismo?
Antonio Alac: Otra cosa es que no puede haber dirigente sindical clasista que esté vinculado, solamente, a la reivindicación. Yo creo que un militante y un dirigente sindical tienen la obligación, primero, de politizar a la gente. Con las concepciones de clase, ¿no? Mostrando cómo es el sistema de explotación, cuál es su poder y cómo actúa el poder. Y, segundo, tienen que tener necesariamente una propuesta de liberación donde la clase obrera sea el motor de ese proceso. Porque tenemos que decir la verdad. Nosotros hemos visto que la izquierda ha jugado mucho al proceso de consolidar fuerza a través de las reivindicaciones. Creo que las reivindicaciones son un medio y un medio necesario para dar respuesta y aliviar la situación de los trabajadores... pero eso desvinculado de la propuesta política no vale nada. Eso es, simplemente, obtener una dádiva para sufrir más explotación. Entonces el sindicalismo, necesariamente, tiene que tener alto grado de politización. Tiene que tener táctica, tiene que tener estrategia. Una estrategia de poder. Y tiene que tener táctica en el movimiento obrero en función de unificar y unir, de romper todas aquellas trabas que son trabas de las cabezas de los compañeros que hacen trabajo político para crear un movimiento obrero fuerte que sea su propio liberador. De él mismo y de todo el pueblo, del campo popular. Para mí eso debe ser un dirigente. Yo digo que los atributos del Chocón fueron eso.
N.K.: ¿Había un camino alternativo, más moderado, distinto al que ustedes emprendieron?
Antonio Alac: Quizás podríamos haber especulado a más largo plazo. Podríamos haber especulado de no favorecer la resistencia del campo obrero y popular. Así hubiéramos obtenido, tal vez, algún pequeño espacio de poder... esos espacios de poder que a veces han servido para corromper a tantos dirigentes... Pero nuestro camino era otro. Tenía un alto grado de definiciones políticas e ideológicas de lucha contra el sistema, contra la dictadura y contra la burocracia que, en último término, estaba vinculado a todo lo que se manifestaba durante los años ’70 en Córdoba, con el SITRAC-SITRAM... con ese espacio de lucha por el poder popular. Estuvo vinculado a la experiencia cubana, para nosotros muy importante. Estaba vinculado a la figura del Che Guevara. Entonces, existía el elemento del dirigente popular, del dirigente sindical que sentía el alto concepto de la liberación y la revolución. No había especulación, ¿te das cuenta? Apostábamos a la lucha y la lucha dio el fruto. Si bien se podría decir que políticamente no la ganaste, pero dejaste asentado un fenómeno nacional para el conjunto de los trabajadores. Además, eso significó incluir en la lucha de los marxistas a referentes cristianos con altísimas definiciones y de una ética asombrable, como fue la participación de De Nevares y se lograron una cantidad de definiciones que nosotros planteábamos. Se lograron porque la dictadura militar y la empresa comprendieron que no podían tener tan alto grado de denuncia en las condiciones de explotación y de trabajo del movimiento obrero. Por lo menos que esto, el Chocón, no era como en el África, donde antes había estado la empresa. En nuestra realidad, había antecedentes de lucha muy altos. Había hombres y trabajadores que no estaban dispuestos a ser vejados por una empresa que lo único que quiere es obtener más dinero. Lo que en la empresa estaba destinado a salarios, dentro del plan de presupuesto, después de la lucha se multiplicó por dos o tres veces. O sea que el gobierno le reconoció a las empresas los mayores costos como si nada. Yo creo que eso merece dejar un recordatorio para la historia. Habría que investigar estos fenómenos de lucha, cómo se dieron dentro de la empresa, fuera de la empresa, cuál era el momento político que se vivía, cuál era el momento internacional. Cuál era el peso de lo que después se iba a referenciar en la lucha armada, de los miles de jóvenes que perdieron la vida por querer cambiar esta realidad. Yo creo que hay que sacar conclusiones.
N.K.: ¿Cuáles serían, en tu opinión, algunas de esas posibles conclusiones?
Antonio Alac: Yo creo que uno de los problemas más serios, al menos para mí, es el problema de la desunión de la izquierda en esa etapa. “Vanguardias glorificadas”..., ¿entendés?, apartadas de un análisis político o una síntesis real del momento político que vivían sociológicamente las masas. Así terminamos... Era normal escuchar un tiroteo en esa época en esta capital [Buenos Aires]. Una vez, cenando una noche en San Justo [barrio de la periferia de Buenos Aires], escuché un tiroteo. Y la gente que estaba conmigo dijo: “Ahí están de nuevo los que están enfrentándose...”. No llegaban a reconocer que de un lado estaban los que se jugaban la vida por el futuro y del otro lado estaban los que quería aplastar la vida. Eso es un fenómeno para pensar... ¿Cuándo están las condiciones reales? El problema es cómo hacemos madurar de abajo la participación del campo popular. Cuando los dirigentes se juegan la vida, eso va consolidando una cultura contra el miedo... Eso va consolidando una referencialidad, pero no falsa, sino una referencialidad de los que se juegan las pelotas y la vida en la lucha. Después de 25 años, hoy [1995] te encontrás con mucha gente que tienen aquel hecho del Chocón como referente político. Como un hecho de dignidad de clase. Es muy bueno que, ¡después de 25 años!, la gente lo tenga en su cabeza como un fenómeno de hasta donde puede llegar el campo popular. Los trabajadores recuerdan eso como un hito de orgullo, no de dolor... No te dicen: “¡Perdí el trabajo!” o “Me peleé con mi mujer por todas estas cosas”...No, no, no. Te dicen con orgullo: “¿Te acordás lo que hicimos?”. ¡Lo que hicimos! No fue un problema de referente. De fulano que dirigió. Fue un hecho que abarcó el compromiso y la ética de marxistas y cristianos, como dice De Nevares en la película [film que cuenta la vida de Monseñor Jaime De Nevares] o de cristianos y ateos. Fue un compromiso de lucha muy fuerte. Por ejemplo, muchos profesionales italianos, ingenieros, como un tal Negri, fue despedido de la empresa. Un cristiano, italiano, que venía de la Italia del Primer Mundo, donde el tipo, él mismo, juntaba la solidaridad para llevar a la olla popular para que los obreros comieran. Eso lo sabía la empresa, lo sabía el gobierno militar, los servicios de inteligencia. Todos los sabían. Y él juntaba la solidaridad. Perdió el trabajo...
N.K.: ¿Además de De Nevares había otros curas solidarios?
Antonio Alac: Sí. En Neuquen había un cura italiano, Gagliatti [¿? no se oye bien] también muy definido. Además estaba el cura Roter [¿? no se oye bien] que falleció en los leprosarios de Venezuela. Durante la dictadura militar [la de 1976-1983] lo fui a ver a Cutral-Có y me decía: “Antonio”... porque yo había trabajado en la fruta con un hermano suyo, un hombre magnífico, de esos patrones que de vez en cuando uno se acuerda, era hermano de este cura. En Cutral-Có me decía, dentro de la Iglesia, durante la dictadura: “Antonio: anoche soñé y veía los cardenales con esas capas rojas, que estaban avalando los crímenes militares, y les chorreaba sangre de las sotanas...”. Eso me decía.
N.K.: ¿Qué otra cosa te gustaría decir?
Antonio Alac: No sé qué otra cosa te podría decir que valiera la pena. Tal vez repetir este asunto de la política, hermano. Yo creo que hoy [1995] una parte importante del movimiento obrero no está metiendo la política como elemento central. Los procesos de retroceso van a ser mayores. Hoy hay una necesidad impostergable de construir una alternativa política donde el movimiento obrero sea el motor central de esa construcción. Eso es una necesidad imprescindible, estratégica, ideológica, política, innegable. Eso se tiene hacer con pluralismo y debate político. Y golpear muy fuerte, pero muy fuerte, contra las cosas que nos dividen. Porque a veces son cosas tan pequeñas, pero tan pequeñas, donde la política pasa a estar regida por una determinación individual y no de un análisis de las necesidades de los colectivos populares. “Que prevalezca mi idea, la mía”. No es así. Nosotros tenemos que jugar nuestras ideas con el movimiento popular, que maduren con ese movimiento. Lanzar nuestras ideas al debate pero sacar conclusiones estratégicas en función del momento político para llevar a la comprobación de nuestras ideas. Hoy hay una tendencia al aparatismo. No tenemos a veces paciencia para construir desde abajo y en conjunto, con propuestas políticas que vayan madurando. El marxismo nos exige un análisis con alto grado de política y de ideología.