viernes, 9 de octubre de 2009

LEYENDA DEL NEUQUEN Y EL LIMAY

Cuenta
la leyenda que Neuquén y Limay eran hijos de dos caciques tribales que tenían sus reinos uno al norte y otro al sur.
Eran grandes amigos y nada turbaba su leal camaradería, hasta que un día, en que cazaban juntos, oyeron una dulce voz que cantaba entre las frondas de los arrayanes.
Dirigiéndose hacia el lugar, hallaron a orillas de un lago a una hermosa joven mapuche de largas trenzas, ojos negros y talle esbelto y frágil, llamada Raihué (Flor Nueva). En viaje de regreso los dos jóvenes notaron que algo se había introducido en sus almas, que se interpuso en su plena y antigua camaradería. Pasada las lunas y consultada la "Machi" (Adivina) por ambas familias, comprendieron cuál era la causa del distanciamiento de aquellos jóvenes que antes eran como hermanos, por lo que decidieron someterlos a una prueba, para que el destino decidiera. Le preguntaron a Raihué qué era lo que más deseaba en el mundo a lo que contestó "tener una caracola para que me diga como es el rumor del mar". Los jóvenes entonces tendrían que llegar hasta el mar y traer una caracola, el que primero llegase tendría el amor de la joven como premio.
Consultados los dioses, convinieron que lo más rápido para llegar al mar sería convertir a los jóvenes en ríos. Así lo hicieron y partieron de sus respectivos reinos. El Espíritu del viento sintiéndose desplazado y celoso comenzó a intrigar a Raihué, susurrándole al oído por las noches, que Neuquén y Limay no volverían nunca más, pues las estrellas que se caen al mar se convierten en mujeres hermosas y encantadas que atrapan a los hombres y los encadenan en el fondo del mar...
Raihué, angustiada comenzó a marchitarse de pena y dolor, mientras los jóvenes seguían su carrera salvando numerosos obstáculos, y la porfía del viento que los incitaba a volver. Cuatro veces cuatro lunas pasaron desde que los mapuches se marcharon y aún el mar estaba lejos. Raihué, mustia, marchita casi con un hilo de vida, haciendo un esfuerzo se arrastró hasta el lago donde conociera el Amor y alzando los brazos a Nguenechén (Dios) le ofreció su vida a cambio de la salvación de los jóvenes. A medida que rezaba sus pies se convirtieron en raíces que penetraron lentamente en la tierra, su cintura se afinó en verde tallo, su busto se esparció en tiernas ramitas y su boca se abrió en roja flor. El viento queriendo disfrutar del dolor de los jóvenes se lanzó a darles la noticia soplando con tanta furia que desvió el curso de ambos hasta juntarlos. Al enterarse que Raihué había muerto de amor por ellos, sólo atinaron a abrazarse fraternalmente y así, unidos en un abrazo que nunca terminará, continuaron su camino hacia el mar, llorando el luto de Raihué.
Así nació, al juntar ambos sus márgenes, el río Negro.